VIVIR EL CARISMA FRANCISCANO ES… Ser fieles a la Iglesia como lo fue San Francisco. Amar a la gran familia histórica que Jesucristo fundó. Es verdad que San Francisco es muy admirado fuera del mundo eclesial y cristiano, y eso es muy bueno, pero el carisma franciscana como tal no puede entenderse ni asumirse en su totalidad fuera de la vida de la Iglesia católica.
En los tiempos de Francisco, a imagen de los actuales, existían muchísimas corrientes de pensamiento e ideologías donde la mayoría desafiaban la sana doctrina y la autoridad de la Iglesia. Algunas con justificación y otras no. Pero San Francisco no anduvo con tibiezas en abrazar la doctrina católica reconociendo la importancia de la Iglesia como familia de Dios y autoridad histórica.
En sus primeros días de conversión, Jesús le dijo al santo a los pies de la cruz de la capillita en ruinas de San Damiano: «Francisco, repara mi iglesia; ¿no ves que amenaza ruina?». Y él se puso a reconstruir con sus manos la ruinosa capilla. Fué después que esta voz de Jesús adquiere valor profético cuando en manos de sus hermanos contemporáneos, y los de hoy, tratamos de formar una Iglesia más coherente y santa. La Iglesia se repara con nuestros testimonios, con callos en las manos, con caídas, con no tener miedo en aventarse a hacer cosas nuevas para que el Evangelio empape todas nuestras estructuras.
Vivir el carisma de Francisco es, entre otras cosas más, salir de la media en un mundo que relativiza los valores del Reino que Dios nos ha pedido construir. En el carisma franciscano, ser fieles adquiere un sentido muy real: Somos fieles y no podemos andar con coquetos con nadie, ni en ninguna otra parte, ni con nada que no sea Cristo en su Iglesia, y desde esta doctrina, firmeza e identidad, abiertos en caridad y diálogo con las demás religiones y formas de pensamiento.